Cuatro
lisas y vírgenes paredes. Sino lo has experimentado, déjate llevar; no pienses
y solo siente. Inspira y sigue a este viejo conejo por su madriguera, no porque
te obligue, no porque YO quiera. Siente libre, este es tú tiempo, guía tu mano
a través de la maraña de este lienzo, de estos cuatro tapices, insobornables.
Parcas solo son demonios interiores que te acechan. Extiende tu mano y salta,
vuela y revélate en esta madriguera.
Los
lazos de su corsé de sentimientos y emociones vívidas aflojaron su agarre. Por
primera vez en mucho tiempo sintió que podía llenar, de manera leve, sus
pulmones; su corazón volvía a latir con pequeños pasos rítmicos y seguros. Su
máscara, aquella que ya no diferenciaba de su propia faz, con ella había llegado
a ser íntima, su mejor amiga o, quizá, la quimera más grande que la cegaba y
lastimaba a su yo más íntimo y sensible. Sus manos volvían a estar vivas y a
tener delirio de crear y no verse obligadas a destruir. Sus piernas se veían
ligeras ahora. Siguió inflando sus pulmones; soltando sus ataduras.
Siguió
cayendo y no solo se desprendió de lo más superficial, sino que lo fue
perdiendo, lo perdió: se desintegró a
fuerza de caer…
Un
golpe sordo, simple y limpio. Sus ataduras se tensaron, dejando una pequeña y tortuosa
cáscara en el centro. Una cara llena de manchas, pequeñas y caóticas. Unos
largos brazos desgarbados amenazaban con soltar sus hombros son la más
insignificante discusión. Enredada, enmarañada su cuerpo lidiaba con encontrar
su propia quietud.

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