Suavitober 2025: 'Té especiado para un otoño delicado'


¡Hola, grumete! Vengo con el suavitober 2025 debajo del brazo jajaja. A principios de septiembre @poetacometa subió los clásicos tags para el reto artístico de octubre:

Lista de palabras que inspiran el reto: confianza, mariposas, encuentro, paseo, mimo, constelación, jardín, confesión, respiro, piruleta, lazos, huellas


Cuando lo leí y vi que el tema era el amor, así como concepto en todas sus vertientes, me acordé de HuaLian. Para mí, estos personajes me recuerdan a todo lo que evocan estas palabras claves: son cálidas, de otoño, con tonos naranjas, dulces, confiables... En definitiva, son mi lugar favorito donde perderme, donde ser un poquito feliz y disfrutar de un amor devocional que traspasa el tiempo y las estructuras sociales.

Por todo esto, pensé en escribir un fanfic de ellos. No escribo muchos fanfics y lo suelo pasar un poco regular cuando los escribo (cuando escribo en general), pero me encajaba tanto la idea, que, al final, decidí tirar para delante. De hecho hasta hice una especie de cubierta para no poder rajarme jajaja.

Es un fic corto, de unas seis mil palabras, todo muy afable. Espero que te guste. Yo disfruté mucho de escribirlo:



Es una de las imágenes oficiales de Hua Cheng dentado en Una mesa aprendiendo a escribir. Le está enseñando Xie Lian sentado detrás de él y tomándole la mano para guiarle. Están aprendiendo a escribir chino con pincel.   Al rededor he puesto stickers de otoño: una tácita con té, ramas con hojas rojas y flores en  una franja que he dejado arriba y abajo con respecto al fondo.  Es todo muy recargado

 


A Xie Lian le estaba costando llegar un volumen de una antología de relatos, pues alguien en la biblioteca se había llevado el taburete para alcanzar los libros de las estanterías más altas y su estatura era un poco escasa. No se dio por vencido. Necesitaba aquel libro para su estudio. Estiró el brazo izquierdo todo lo que pudo al tiempo que se puso de puntillas. Ni la camisa blanca de cuello mao ni el cárdigan del mismo color —pero en un tono ligeramente más cálido—, pudieron evitar que una pequeña porción de piel de la espalda le quedara expuesta. Ante este suceso, el joven doctor en literatura acudió raudo a abrigarse de vuelta; sin embargo, no tuvo en cuenta que el cambio brusco de posición, le haría trastabillar.

Esperó la caída al suelo frío.

Nunca llegó.

Para su sorpresa, en su descenso al suelo la espalda encontró calidez. Calidez que se trasladó furiosamente a sus mejillas, lo cual acentuó más la cara de perplejidad de Xie Lian.

—Creo que estabas tratando de alcanzar este libro —le dijo una voz sagaz, susurrada de un modo sutil y más bien aterciopelada.

Xie Lian vio una mano de porcelana blanquísima, palidísima tomar ese volumen que se resistía a irse con él. La perplejidad se quedó con él hasta que el frío a su espalda le trajo de vuelta a la realidad. Con un grácil movimiento de su pie izquierdo se giró para agradecerle a la persona todo lo que había hecho por él. Se le olvidó contar con las gafas que sostenía el puente de su nariz y que casi acaban en el suelo. En realidad, nada de esto era nuevo para Xie Lian, pues su mala suerte le precedía; lo cual no le impedía ignorarla en la medida de lo posible. Una vez más, aquel muchacho le salvó de una tragedia; no una de dimensiones divinas, pero no sería la primera vez que rompería sus gafas en un descuido similar. Xie Lian le dedicó su entrañable sonrisa que cerraba sus ojos a aquel desconocido tan amable. Musitó un «gracias» similar a un grito ahogado, pues la norma del silencio había que respetarla.

—No hay de qué —le respondió el buen samaritano. Xie Lian se perdió una expresión de sencilla estima en el bello rostro de aquel joven vestido de rojo y negro con adornos de mariposas plateadas.

Xie Lian, en un intento de no molestar más a aquella persona, se despidió sin sus gafas ni el libro que quería consultar. Diría que, más allá de su fachada afable, tras su gesto risueño, escondía un sentir pesaroso, vergonzoso.

—Disculpe, profesor.

La voz de aquel muchacho no sonó alta en la biblioteca, pero le llegó clara a Xie Lian. Por eso frenó en seco. De manera inconsciente, se estiró la camisa y el cárdigan para comprobar que todo estaba en su sitio.

—La historia de Deng Tung y el emperador Wen de Han también es de mis favoritas. Al fin y al cabo, ¿quién no estaría dispuesto a curar a un ser amado succionando su sangre para curar unas heridas envenenadas?

Cuando Xie Lian se giró para encararle, se encontró con el muchacho pasando las hojas de la antología de relatos protagonizados por hombres aquileos de la literatura clásica china. No era ningún secreto que las líneas de investigación del «Príncipe Heredero» (apodo ganado por venir de una saga de investigadores universitarios) oscilaban entre los mitos del Rey Fantasma desde la tradición oral hasta la literatura fantástica contemporánea, hasta los juegos de azar como eje narrativo en el cuento contemporáneo, pasando por el estudio del Eros y el Thánatos en la homoerótica de la Antigua China. Este último fue la comidilla de la comunidad universitaria, pues sorprendió tomando uno de los estudios más famosos de su padre (y del padre de este) para darle el giro queer. No es que a su familia le molestase, no. Es que una buena parte del personal investigador universitario se tomó esta similitud como una bravata. Aunque, la verdad, otros colegas ya se estaban convirtiendo en eminencias con más renombre en este tema.

—Bueno, preferiría no encontrarme en esa situación —la risa de Xie Lian fue toda expresión facial y poco sonido, pues murió contra el semipuño con el cual tapó su boca.

De nuevo, el Príncipe Heredero se perdió el rostro suave de aquel joven: el flequillo azabache, liso y brillante caía sobre el ojo derecho que se encontraba oculto tras un parche aterciopelado, lo cual hacía que su otro ojo oscuro con el brillo rojizo de las hojas de otoño resaltase con curiosidad. Los labios trazaron una sonrisa añeja que dejaba escapar dos ecos coquetos de historias en los hoyuelos. Si Xie Lian hubiese mirado, quizá, podría haber leído esos caracteres. Quién sabe.

—En esa no, pero sí has perdido tus gafas. —Se las tendió. También el libro.

—Muchas gracias. —Se colocó las gafas y ya, sí: vio ese rostro que debería inspirar eternos poemas del amor más reverencial.

Un brillo del techo de cristal,

un deslumbramiento delicado

una ausencia inadvertida.

 

En algún momento de ese mismo día, más tarde, entre clase, investigaciones y seminarios, a Xie Lian se le había traspapelado algo importante. No recordaba muy bien qué era, pero en su agenda ponía que tenía algo. Se revolvió el pelo que le llegaba hasta el inicio de los hombros, lo cual le llevó a desestabilizar sus gafas. Se las quitó y las contempló. Se perdió entre los reflejos de la luz, sus labios pronunciaron un intento de haikuk en japonés. Este era su placer culpable: perderse en la literatura del país vecino, en un idioma que le gusta, porque le gusta transitar entre las capas de sonidos que pudiera esconder un ideograma.

La creatividad se entretejía en una red floral intrincada habitada por mariposas. Un triple golpe en la puerta de su despacho. Un anodino «adelante», sin cargar motivacionales, permitió al interruptor del momento abrir la puerta y que una leve brisa hiciera caer un folio sobre los poemas a medio escribir.

—Disculpe, profesor.

—Pase y siéntese, por favor —dijo Xie Lian antes de distinguir quién era. Una vez lo hizo, esa creatividad que se había quedado estática esperando una nueva corriente de fantasías, se enredó de maneras indefinidas en el espacio entre ambos hombres.

—Teníamos una tutoría- —El muchacho contempló a Xie Lian, tratando de leerlo correctamente—: Si le molesto, puedo volver en otro momento —dijo señalando la puerta, pero sin ninguna intención de moverse.

—No, no, perdona si le he dado esa impresión. No sabía que usted era el doctor becado que estaba esperando para la estancia postdoctoral. Se llamaba…

—Hua Cheng. —Sonrió tímido.

Xie Lian lo miró como si ese nombre no coincidiera con esa cara o con un recuerdo difuso. Y es que Hua Chen era el nombre por el cual solían llamarle, pero no podía mentirle al Príncipe Heredero con el expediente a la distancia de un click.

—Encantado, yo soy Xie Lian. Un placer conocerle, por fin, en persona. Como ya le comenté en los correos, Admiro mucho la perspectiva con la que aborda su trabajo. Su trabajo académico posee un estilo literario exquisito: sus explicaciones se asemejan demasiado a leer una novela.

—Muchas gracias, es un alago exquisito, más viniendo de un gran investigador como usted. Admiro mucho su trabajo sobre el análisis de la homoerótica entorno a la figura del Rey Fantasma.

Ahí Xie Lian no supo interpretar la expresión de San Lang, desde fuera se pudo ver la disonancia de expresiones entre ambos que, sin embargo, sí comprendió la Creatividad que dibujó conexiones curiosas que San Lang sí dio la sensación de ver, incluso de controlar con el nimio gesto de su mano derecha y el sonido de las pulseras que le decoraban la muñeca. El ambiente se coloreó con una capa cálida con el incipiente atardecer.

—Es curioso que nombres ese trabajo, creo que es el que menos repercusión tuvo. Todavía, a día de hoy, no sé cómo pasó la revisión por pares. Pero, bueno, dejemos eso de lado, su estancia doctoral aquí dura un año, ¿verdad? Aunque, creo recordar, que en unos meses irá a unos archivos anexos a esta universidad.

—Sí, estaré aquí tres meses, luego me marcharé otros tres meses para revisar las fuentes originales de mi estudio y luego regreso para terminar de escribir mi investigación. Creo que su ayuda será inestimable para que consiga que brille más mi trabajo.

Aquella tarde se alargó mientras intercambiaban impresiones, teorías e incluso fanfics sobre la figura mitológica de un dios con una suerte distraída que amó a uno de los enemigos de los cielos. Sus posiciones coincidían en la lectura queer de un romance que se alzaba en la devoción, el cuidado mutuo y la confianza. Es decir, fuera de la amatonorma occidental. No obstante, Xie Lian tenía especial interés en las hazañas cometidas por el enemigo de Los Cielos, mientras que San Lang tenía la mirada puesta en el dios y su contexto.

Fue el hambre de Xie Lian lo que les sacó de este interesantísimo debate. Con un movimiento tan estudiado como cotidiano, tomó un panecillo de vapor que escondía en uno de los cajones de su mesilla y, sin pensarlo demasiado lo partió por la mitad y se lo tendió a San Lang.

—Gracias, profesor. —San Lang lo recibió con gusto.

—A todo esto —comenzó a decir Xie Lian mientras partía con pequeños pellizcos el pan—, ¿por qué no me dijiste en la biblioteca que yo era su tutor?

—Pensé que me reconocería, pero me equivoqué. —Se encogió de hombros.

Xie Lian reflexionó sobre esto: «¿Por qué debería haberle reconocido? Es la primera vez que nos vemos en persona. No sé, quizá, ¿pensó que debería haber visto alguna foto suya en sus artículos? Aunque no suele ser lo habitual».

—Creo que no he asociado las fotos que he podido ver de usted… —dejó caer sin terminar de llegar a un pensamiento lógico sobre el tema.

—No importa, demasiado. No le robo más tiempo. ¿Nos vemos mañana?

—Sí, puede venir a mi clase de literatura fantástica: reescritura de los mitos. Creo que podrá ilustrar a mi alumnado con sus estudios.

Y así lo hicieron: los días se pasaron para San Lang entre investigaciones en la biblioteca, buscando ediciones antiguas en los mercadillos, participando en alguna clase puntual de Xie Lian, acudiendo a seminarios —algunos interesantes y otros soporíferos—, escribiendo y escribiendo es su portátil en uno de los jardines de la universidad.

La inspiración puede ser curiosa, y a San Lang le gustaba estar al aire libre, disfrutando del ir y venir de las mariposas, del olor de las flores, del sonido del arroyo que cruzaba un puente. Sentía que lo moderno y lo antiguo fluía en aquella universidad de manera deliciosa, pues contenía las sombras y las luces de la vida, de la historia. Una hoja del color del amanecer calló y se enredó en su pelo largo. Con cuidado se la quitó y la contempló. Un tanka comenzó a surgir de su mente. No se le daba especialmente bien el japonés, pero, aún con su tosca caligrafía manual, sus emociones brotaban con el lirismo que nutre una emoción cálida que nace en un punto demasiado concreto tras la tercera y la cuarta costilla y que se extiende hacia las extremidades.

San Lang sabía que si su grupo de poesía del pueblo donde se había establecido hacía ya muchos años lo leyese, le tomarían el pelo. Se trataba de un grupo variopinto que se reunía para jugar, comer y crear. En realidad, se trataba de una familia extraña que buscaba un lugar seguro, amable, sin prejuicios; se los conocía como Ciudad Fantasma. Un día, un grupo de japoneses, que añoraban la celebración de hanami y que se unió a Ciudad Fantasma, decidieron enseñarles algunas pinceladas de su cultura al resto del grupo. Al final,  San Lang y otros componentes terminaron aprendiendo un japonés básico para cultivar la poesía nipona. Algo curioso que uniría a nuestros protagonistas años más tarde. La mano de San Lang se deslizaba incansablemente poseída por el frenesí de la creatividad. Dibujó un círculo para el punto final.

Una sonrisa se dibujó sin permiso.

—Hua Cheng, ¿qué hace aquí? Ya es tarde, en seguida anochecerá.

El aludido guardó con parsimonia los folios sobre los cuales estaba escribiendo. Luego el portátil.

—Estaba apuntando algunas ideas que me han inspirado esto. —Señaló todo el jardín—. Este rincón de la naturaleza me recuerda a que muchos de esos mitos siguen vivos. Las calamidades podrían caminar por aquí y no seríamos capaces de distinguirlas del resto de humanos. Grandes gestas de amor se podrían escribir entre cultivadores que deberían bajar a los infiernos para rescatar a su amado. Un alma podría esperar ochocientos años a su dios, a que su amor recíproco.

Una ligera brisa despeinó el pelo de Xie Lian.

San Lang se levantó sin pensarlo y le puso alrededor del cuello una bufanda carmesí que llevaba en la mochila. Se la anudó de una manera tan original que el Principe Heredero no conocía. Por ello, tocó la prenda con mucho mimo.

—Creo que tiene mucho talento con las manos, Hua CHeng.

—Bueno, si usted lo dice, profesor, será verdad.

—Oiga, ¿cómo va con su investigación? Lleva la última semana investigando intensamente y no hemos podido charlar sobre ello.

Una nueva brisa revolvió el flequillo de Xie Lian.

—¿Qué le parece si vamos a cenar algo y lo comentamos?

Xie Lian no puso ninguna pega. No pudo hacerlo cuando su apetito quedó, una vez más, patente. San Lang lo llevó a un pequeño restaurante de un barrio cercano al piso que había alquilado. A simple vista, era oscuro, antiguo, como algún templo persistente al tiempo y al margen de los cambios culturales en alguna esquina. El arte se superponía en paredes con una verticalidad constipada. El local se encontraba regentado por un par de mujeres mayores que, pese a no ser hermanas de sangre, sí lo eran de la vida; y lo demostraban vistiendo casacas de trabajo roja con estampados de nubes doradas y pantalones negros. Su cocina era tradicional de la región, pues iba a juego con la decoración. Xia Lian, por un instante tuvo la sensación de que se encontraba en uno de esos relatos fantásticos que se encontraba en el volumen que propició el encuentro con San Lang.

—Este lugar es encantador —le comentó a su pupilo cuando se sentaron en la mesa—. Algo en él, me dice que alguna de las vasijas podría contener un espíritu malvado o ser testigo del inicio de una relación entre dos amantes. —Una pausa auspició la llegada de las bebidas que pidieron antes de sentarse, junto con la cena, por recomendación de las propietarias.

—¿Cree —comenzó a preguntar San Lang— que esta pintura —señala justo en la pared contra la que descansaba la mesa donde se encontraban— nos está contando la historia de la vasija de la entrada? —Su tono invitaba a elucubrar, a pasarlo bien.

Xie Lian estudió con cuidado el cuadro. En él se veía una pobre alma en pena sollozando sobre el regazo de la estatua de, con toda seguridad, el dios al cual veneraba. El corazón se le sobrecogió con la emoción contenida. Algo en esa devoción conectaba con el Príncipe Heredero. Se aclaró la garganta antes de decir:

—¿Sería el espíritu del amado que llora la pérdida? ¿O la del dios que perdió la moral y el norte?

—Quizá de los dos, pues la vasija sería el único lugar donde ser felices.

—Si buscamos más posibilidades, quizá, el preso podría ser el espíritu que los separó.

—Sabe, profesor, no pensé que era usted tan soñador con los romances antiguos. Quiero decir, siempre que habla de literatura, de esas leyendas que nos llegan de periodos antiguos, algo brilla en sus ojos, sus teorías e hipótesis las realiza con un tacto y una devoción digna de un auténtico apasionado de su trabajo y amante de lo que hace. Eso, a mi entender, lo hace un gran profesional.

—No creo que sea para tanto. Solo trato de ser diligente en mi trabajo y disfrutar de lo que hago.

La cena llegó y con ella se olvidaron del mundo académico, del trabajo, del futuro ligado a él. Tan solo fueron dos amigos que hablaban de los últimos doramas que veían, de los manhuas que estaban leyendo o de cómo el colonialismo estaba condicionando, más de lo habitual, la literatura con sus microetiquetas comerciales extrañas. Algo contemplaron las dueñas en la atmosfera de los dos muchachos, pues les invitaron al postre para intentar alargar esa velada que parecía que los protagonistas no eran conscientes que no querían que acabase todavía. No se dieron cuenta ni cuando, al despedirse en la puerta del restaurante, sus pies se negaron a irse. Por ello, el aire que al final de la tarde jugaba con el pelo de Xie Lian, se había parado por completo dejando una noche deliciosa.

—Mañana es domingo… —balbuceó Xie Lian sin tener muy claro a dónde quería ir, pues su boca habló mucho antes de que su cabeza pensase en las implicaciones.

—¿Le apetece dar un paseo? He leído que esta noche hay un eclipse de luna parcial. Tal vez, podríamos contemplarlo.

—Oh, no me había enterado de eso —dijo Xie Lian con sorpresa—, no sé a qué hora será, pero conozco un lugar que le gustará para contemplar el cielo y sus peculiaridades.

San Lang se dejó llevar sin pensarlo.

No caminaron mucho. El sonido del río delató el destino antes de tiempo. No obstante, San Lang tan solo aguardó en silencio a que Xie Lian descubriera su sorpresa. Giraron cuando parecía que se iban a caer al cauce, en el momento preciso para descubrir un pequeño parque antiquísimo con unos columpios que, pese a su estado descuidado, parecían muy sólidos. Xie Lian fue el primero en sentarse, invitando a San Lang a hacer lo mismo. La luz apenas llegaba a aquel lugar, así que las sonrisas y los colores que tiñeron sus mejillas fueron un secreto que se guardaron las constelaciones.

Los ojos de los dos muchachos se fijaron en la luna medio oscurecida, medio con unos tonos rojizos que avisaban que algo fuera de lo habitual estaba ocurriendo. El Destino, la Fortuna o algo, estaba haciendo que aquella noche pudieran contemplar durante el último cuarto de hora esa luna (o «ausencia» de ella). Las palabras sobraban. Sobraban especialmente por parte de Xie Lian que se había perdido en el perfil del rostro de San Lang. Algo en esa escasísima luz hacía que esa persona que se sentaba a su lado le sonase de algo. Un recuerdo que se le escapaba entre los dedos. «Quizá, sí que me debería sonar porque nos conocíamos de antes. Eso haría que su afirmación del primer día, cuando dijo que pensaba que lo había reconocido, tendría mucho más sentido».

—Gracias por traerme aquí —le dijo San Lang sin apartar los ojos de la luna. Él sabía que Xie Lian le estaba mirando. Y también sabía que estaba esperando en balde a que su profesor le  reconociese, que le dijese algo más.

Sus manos se buscaban sin permiso de sus dueños.

Sus mejillas se sonrojaban con el sueño de rozarse.

 

Los días volaron unos tras otros, pues la investigación hace que las horas no cundan lo suficiente, que los eventos académicos succionen tú ánimo y que tan solo te mueva la pura curiosidad de desentrañar un secreto que solo tú puedes leer con ayuda de un texto; de este modo, varios ensayos que rodean tu tesis se dilatan en el tiempo y espacio convirtiéndose en tu vida, el té pasa a ser parte de la sangre para poder aguantar jornadas de 48 horas que tan solo son días que se desdoblan por el estrés, pero que, esta ilusión, solo acorta los tiempos de recreo. En resumen, la vida pasa a ser solo los momentos que queda entre investigación académica e investigación académica.

—Hua Cheng. —La voz de Xie Lian le llegó clara, pese a que no estaban solos en el pasillo de la facultad.

Se giró con una sonrisa dual que el Príncipe Heredero no supo interpretar del todo. No, en realidad, sí lo supo, solo que se le acumularon tantas teorías y emociones que tan solo floreció una sonrisa afable.

—Pensaba que no iba a poder verle antes de que se marchara, Hua Cheng. —Las palabras salieron mitad con un tono demasiado alegre por el encuentro efectivo, mitad demasiado ansioso por las posibilidades de que no hubiese ocurrido. Algo que, con la suerte de Xie Lian, habría sido más que factible.

—La verdad es que estaba a punto de marcharme, pero me alegra muchísimo este encuentro. —San Lang reparó en los papeles desordenados que portaba Xie Lian, entre ellos se hallaba el panfleto de un congreso que estaba teniendo lugar estos días en la facultad. Con cuidado lo agarró. Lo ojeó—: Vaya, me da la sensación de que deberías estar aquí. —Le puso el panfleto delante de los ojos.

Con vergüenza, Xie Lian lo tomó y lo escondió rápidamente entre los papeles que acabaron por el suelo. El ambiente se tornó privado mientras ambos se agachaban para recogerlo todo. Sus miradas se cruzaban mientras el Príncipe Heredero trataba de ser rápido. La vergüenza trepó por el cuello de Xie Lian hasta arremolinarse en sus mejillas. Sus manos se tocaron más veces de las que pretendían y durante más tiempo del estrictamente necesario.

Sin ningún tipo de vergüenza, San Lang disfrutó de la proximidad, del tacto.

—Le parece, profesor…

Xie Lian no escuchó esto y le cortó:

—Verá, qué le parece si… si quiere claro, ¿venir a mi casa? —Se puso de pie dejando caer otra vez un puñado de papeles. San Lang los recogió con parsimonia. Cuando se puso a la altura de Xie Lian (más, en realidad, porque es bastante más alto), este se mortificó un poco, pero siguió hablando—: Quiero decir, tengo algunos estudios que le podrían servir y unas recomendaciones que le ayudarían con la investigación en los archivos. Si quiere, por su puesto.

San Lang jugó con su cara pensativa. No mucho tiempo, porque adoraba al Príncipe Heredero:

—Me gustaría mucho, y también valoraría, esa última orientación antes de marcharme.

—Perfecto, ¿nos marchamos ya? Siempre y cuando no tengas que hacer nada.

—Mis segundos discordantes se los ofrezco ante la mirada de la luna.

Algo en esas palabras pareció tocar un recuerdo en la mente de Xie Lian, pero no lo alcanzó, tan solo lo rozó. La risa de San Lang se llevó cualquier retazo de pensamiento coherente de la mente de Xie Lian.

 

No tardaron mucho en llegar hasta la casa del Príncipe Heredero. Se encontraba relativamente lejos de la universidad, lo cual no impedía que a diario fuese y viniese caminando. El aspecto de la casa era antigua y tradicional. En la parte delantera, tras el murete, había un jardín con plantas no muy vitales, se veía un cartel viejo y desgastado sobre el dintel de la puerta principal que parecía rezar «Santuario Puqi». Xie Lian se disculpó por el estado de aquel lugar, pues no había tenido demasiado tiempo para reformarlo en los últimos años. Su acompañante no comentó nada al respecto; no le importaba. Su máxima era poder disfrutar de él. De hecho, diría sin miedo a equivocarme que disfrutaba mucho del intelectual arquetipo de profesor.

Como no podía ser de otra manera, la noche desembocó en listas interminables de bibliografía, una montañita demasiado grande de libros prestados que se debería llevar a su piso. La discusión académica les resultó de lo más enriquecedora, además, de lo más oportuna, pues que cuando tu línea de investigación se hallaba enfocada hacia la homoerótica cuando tu interés romántico se encuentra enfrente de ti podía ser de lo más práctico:

—No, no lo creo, una buena caligrafía y un buen poema siempre ha conquistado a un amante. ¡Pero si hasta los samuráis en Japón tenían su talento para cortejar a sus amantes masculinos! Se nos ha olvidado, pero a los hombres también se les conquista con romanticismo, con cariño y cuidando su relación. —Xie Lian parecía estar defendiendo su propia cruzada contra el mundo  (el académico, más concretamente).

—Coincido en la necesidad de cultivar el amor, incluso la devoción en una relación entre hombres. Lo que no creo que sea tan necesario es que la caligrafía sea buena.

—¿No estará confesando un defecto, Hua Cheng?

—Se me dan muy bien las palabras.

—Pero no la caligrafía, ¿cierto?

—Con la tecnología, no es imprescindible que mi caligrafía sea de exposición.

—Vale, vale. Así que, ¿es bueno con las palabras? —La curiosidad de Xie Lian era incombustible en aquel mismo instante.

—Supongo que siendo investigador, a uno se le tiene que dar bien la escritura, ¿no? —dijo San Lan con picaresca

—Bueno, he conocido de todo en este tiempo que he sido tutor en la universidad.

—Pero, usted mismo alabó mi prosa académica cuando nos encontramos en su despacho. —Sonrió con superioridad.

—Oh, ya me acuerdo, también recuerdo que me ayudó en la biblioteca. —Desenvolvió una piruleta que tenía en un recipiente sobre la mesa. A Xie Lian le gustaba comer un dulce cuando elucubraba sobre temas académicos—. ¿Sabe? Desde ese día le llevo dando vueltas a algo. Sugirió que nos conocíamos de antes, pues esperaba que yo le hubiese reconocido; sin embargo, no logro recordar de qué. Sí que su rostro me suena de algún sitio, eso creo que lo puedo asegurar, pero podría decirme de qué.

—No me gustaría privarle de la recta final de su investigación. —El movimiento de su mano hizo tintinear sus pulseras de plata.

—Está bien, está bien. Entiendo que esa es su venganza por lo de la caligrafía.

La alarma del reloj de Xie Lian sonó para avisar de la hora de la cena, pues muchas veces se perdía entre los papeles, los datos y el chisme, por lo que necesitaba un recordatorio. Le propuso, sin pensarlo, a San Lang que se quedase. Por supuesto, este aceptó. El Príncipe Heredero, se arremangó el jersey, se puso un delantal que le regalaron sus colegas de doctorado cuando se doctoró con el título de su jerarquía heredada académicamente. Humor tenía, eso estaba claro.

Podría confesar que ni el olor ni el color de la comida, con unos ingredientes indeterminados que olvidaron su origen en el momento que Xie Lian los tomó para prepararlos, despertaban el apetito de nadie; más bien lo mataba. Pese a las dudas de cualquier mortal sobre comerse aquello, San Lang se llevó a la boca una gran cucharada que saboreó como si se tratase del mayor de los manjares. Xie Lian ya estaba acostumbrado, por eso tardó en darse cuenta de lo poco comestible que era aquella cena. No tardó tanto en olvidarse de esto último cuando vio la expresión casi extasiada de San Lang. Eso provocó algo acorde con su suerte: golpeó con la cuchara el cuenco y todo el contenido se calló por la mesa. Ambos se apresuraron para recoger el desastre.

frentes

codos

manos

labios

se encontraron de manera fortuita en una situación comprometida, pero los segundos se estiraron, porque algo del anhelo por esta situación se hizo con el control y duró tres segundos de más. Ese fue el tiempo justo y medido que les dejó el amasijo de comida antes de comenzar a quemar la piel de Xie Lian al caerle sobre el pantalón blanco. Al final, se construyó una anécdota divertida, con una acción vetada por la falta de contexto sentimental para darle forma. Mas no importaba, porque la noche todavía no había acabado. Esperad en vuestros asientos.

 

—Me sorprende que tenga este banco-columpio en el jardín trasero —dijo San Lang con un té especiado y calentito en la mano. Una manta gordita les tapaba las piernas a los dos—.  Después de ver el delantero, pensaba que sería todo más austero.

—En realidad, está aquí porque mis dos amigos de la universidad, lo trajeron. Verá, solíamos quedarnos aquí estudiando. Esta era una propiedad antigua de la familia de mi padre. Lo iban a derribar, pero siempre me había gustado y prefería arreglarlo.

—Eso sí que me encaja con su personalidad.

冬の星 —«Estrella de invierno», recitó este kigo clásico que suele aparecer en los haiku.

流れて言葉一つ呑む岩瀬良子 —«Me quedo sin palabras al contemplarla», terminó San Lang. —No hay manera más hermosa de describir a la Osa Mayor que el haiku de Ryoko Iwase.

—¿Sabes japonés? ¿Te gusta la poesía japonesa? ¿Recitas poesía japonesa siempre? ¿La escribes? —Las preguntas brotaron de la garganta de Xie Lian sin pensar demasiado, tan solo lo movía la curiosidad y puede que alguna conclusión a la que estaba llegando su cerebro.

—Sé un poco, no soy bilingüe. Descubrí la poesía japonesa de pura casualidad; ahora forma parte de mí y de mi entorno. Y sí, recito lo que escribo, más que recitar sin más. Aunque no es algo que haga demasiado. Me gusta que sea algo privado, también.

Xie Lian no perdió ni una coma de lo que decía San Lang. Su emoción conforme escuchaba y desentrañaba el significado del conjunto de lexemas que subió los pies al banco, se giró hacia su invitado, le tomó de la tela de la chaqueta dejando su cara extremadamente cerca de la de él.

—Yo también. —El susurro fue audible, de emoción desbordante, con demasiado aire. Las gafas se escurrieron por el puente hasta llegar a la punta de la nariz. San Lang, con mucho cuidado, tomó las patillas para devolvérselas a su sitio. Dejó caer la mano lentamente por la mejilla de Xie Lian. Bajó. Bajó. Bajó hasta tomarle la mano.

Los dedos de ambos juguetearon sobre un sueño de terciopelo que vibraba con todo lo que se sabía. Los ojos de Xie Lian no se apartaron ni un momento del ojo de San Lang estudiando cómo la luz nocturna jugaba con su iris. Comenzó un estudio táctil con su mano libre por la trenza que descansaba sobre el hombro del joven investigador. Continuó rozando aquellos pendientes de plata con pequeños cristales rojos que componían unas mariposas juguetonas. Finalmente, se atrevieron a tocar la piel caliente de San Lang.

—Eres tú —soltó Xie Lian.

—¿Quién?

—El chico del seminario. Aquel que preparó un recital de poesía durante su comunicación. Sí, sí, sí, sí. Creo que dijo que se trataba de una protesta contra los catedráticos que estaban dificultando la publicación o la presencia en un grupo de investigación de un joven doctor queer. Recuerdo que comenzó hablando de de la dinastía Han y a leer fragmentos sobre el relato del emperador Ai de Han y su amante el funcionario Dong Xian. Luego, continuó con poemas que se habían inspirado en este hecho, para terminar con unos de denuncia. Sí, sí, sí. Lo recuerdo. Estuvo brillante.

La mano de Xie Lian no dejó en ningún momento de tocar el rosto de San Lang

—Pero esa no fue la primera vez, ¿no? —dijo casualmente San Lang.

La mano de Xie Lian dejó de tocar el rostro de San Lang, pues se llevó esa misma mano a la boca con aire pensativo. Atrapó con los labios la tela del cárdigan blanco. Inclinó la cabeza a un lado. La otra mano del Príncipe Heredero había pasado de jugar con la de San Lang, a ser sostenida y lienzo de los dedos gentiles que habían estado ausentes de acción. Una tonadilla tímida comenzó a envolverlos desde los labios de Sang Lang. Sin darse cuenta, Xie Lian se unió a él.

—El grupo de poesía japonesa. Un par de días antes de su intervención en el seminario.

Hua Cheng sonrió.

—El chico que el flequillo le tapaba la mitad de la cara. Ese que escribió algo sobre La Lluvia carmesí que busca la Flor. ¡Cómo he podido olvidarlo! Durante meses estuve escribiendo aquello por todos mis papeles. Nunca un recital me llegó tanto. Desde aquel día, me sumé a su carro de escribir poesía japonesa.

—Sí, pero yo diría, incluso, que hubo un encuentro anterior. Uno que inspiró aquellos versos. Diría que fue durante un curso de verano de una universidad, que tuvo lugar en un templo antiguo. Era sobre lengua y literatura. Usted me ayudó con un trabajo que había que entregar para los créditos, porque caí enfermo.

—¡Ya lo recuerdo! Me quedé con usted aquella noche, porque le subió la fiebre. Pero… No se llamaba usted de otra manera… San… San Lang

—Sí, así me llaman.

—Siento muchísimo no haberle reconocido. —Xie Lian atrapó el brazo de San Lang que más cerca tenía. El movimiento fue tan repentino que no se dio cuenta del escaso espacio que quedaba entre ellos—. Pensé tantas veces en usted. No tenía manera de comunicarme, pero deseé que su recuperación fuese pronta. Igual que en aquel recital, iba a acercarme a felicitarle, pero dos de mis colegas aparecieron y me llevaron de vuelta a un encuentro aburridísimo con la élite de la academia.

Los ojos de Xie Lian trataron de absorber todos los detalles del rostro de San Lang, como si fuese a evaporizarse de un momento a otro. De hecho, lo haría durante unos meses por su investigación. San Lang se percató del hambre de recuerdos que se despertó en la mirada del Príncipe Heredero.

—Volveré pronto y podremos seguir creando recuerdos

Se despidió con una última sonrisa. Sonrisa que recordaría con un anhelo apremiante que tan solo se materializaba en sueños.

 

Los tres meses se pasaron demasiado rápido, pues había sido una época intensa en la universidad: clases, exámenes y continuar con su propia investigación, publicaciones, enviar propuestas… Xie Lian no tuvo tiempo de profundizar en ese sentimiento que en las horas de vigilia parecía enterrarse sobre muchas capas de emociones. Supongo que era algo gracioso, pues pese a la angustia del pasado de Xie Lian por querer comunicarse, no intercambiaron el número de teléfono. Y las normas estaban claras para el Príncipe Heredero: no usar el correo institucional para uso privado. Eso sí, pese a esta calma aparente, el día que llegaba San Lang, Xie Lian se convirtió en su peor versión de mala fortuna: el té se le calló por encima cuando iba a sentarse en una de las mesas de la cafetería, perdió los textos con los que iba a trabajar en la clase que tenía que impartir, una de las patillas de la gafa se partió, se le acabaron los folios y tuvo que rebuscar en un armario de su despacho que no habría desde que consiguió la plaza.

Aquello, en realidad, fue un golpe de suerte, pues su padre, quien le había ayudado a equipar su despacho, había guardado una foto de cuando Xie Lian era pequeño en el pueblo natal de su madre. Allí estaba con las rodillas raspadas, los ojos llorosos, pero un niño, un poco más pequeño que él, que llevaba vendada media cara, le abrazaba para consolarlo. Se ajustó como pudo las gafas rotas para descubrir que, efectivamente, el chiquillo le estaba ofreciendo una flor blanca. La alarma del móvil rompió la burbuja de nostalgia y sorpresa del pasado.

Salió de la facultad dispuesto a tomar el autobús para esperar a San Lang en la estación. Sin embargo, como no podía ser de otro modo en un día con la suerte tan distraída, se chocó contra algo muy grande que, de tener las gafas bien, debería haber visto y esquivado. Unos brazos enfundados en algo negro evitaron que besara el suelo.

—Profesor, ¿se encuentra bien?

—¡San Lang! —Unas lágrimas de emoción incontenida saltaron al tiempo que se acurrucó contra su pecho.

—¿Se ha hecho daño? ¿Está llorando?

—No, no, no, nada de eso. ¡Mira!

A San Lang le costó poder ver con claridad qué contenía aquel recuadro de papel, pues se encontraba demasiado cerca de su ojo. Cuando lo consiguió, tan solo murmuró:

—La lluvia carmesí que busca la Flor.

¿Recuerdas aquellos sueños que contenían todas las emociones desbordadas de Xie Lian hacia Hua Cheng? Pues estuvieron a punto de salir a flote, pues a nada estuvo de besar a la persona que colmaba su corazón en medio del campus universitario. Sin embargo, se dio cuenta de que había pisado algo. En seguida volvió a mirar qué era y descubrió que había papeles, carpetas y una mochila en el suelo. Se apresuró a recogerlo sin escuchar lo que decía San Lang. Entonces vio algo: había varios bocetos de él mismo. Todo aquello parecía huellas de una admiración que había acariciado futuros que se les había escapado de sus dedos desde la infancia.

Xie Lian alzó la vista para contemplar un San Lang ligeramente avergonzado. Contra todo pronóstico, ambos se rieron ligeramente, como si tratasen de contener esa serie de casualidades en un lugar íntimo, como si se rieran del Destino que los había separado y reunido de maneras simpáticas para alguien, supongo. En lugar de terminar de recoger todo, ambos se acercaron sin perder ni un solo registro del instante hasta besarse. Fue dulce, sencillo, suspirado. La mano de San Lang acarició la mejilla de Xie Lian, mientras este se asía a la chaqueta roja y negra que vestía San Lang.

En sus mentes se escribió un inicio de poema «té especiado para un día de otoño delicado». Sin embargo, esta no es toda la historia. Tras ese beso, ambos se marcharon a continuar componiendo haikus de imágenes entrañables, cálidas, devotas que se pausaban por respiraciones devoradoras de deseo. Se versaron, descubriendo vocabulario jamás pronunciado con dedos tibios. Sus lenguas pronunciaron epopeyas que resguardaban eufónicos giros argumentales. Los clímax llegaron en tantas versiones que nunca se cansaron de descubrir las eternas interpretaciones de su amor.


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