Estoy aquí mirando la pantalla mientras golpeo mi barbilla con un boli bic con más recorrido estéril del que se atrevería a reconocer. Una vez más ―para sorpresa de absolutamente nadie― estoy pensando en la Literatura. Tal vez se debe a que leo demasiado. O a la deformación profesional. No importa nada, la verdad.
El caso es que siempre la creación literaria es objeto de discusión. En especial en los últimos tiempos con la aparición de las IAs. A partir de esto, de infinidad de testimonios de personas que aseguran crear textos literarios con esta Inteligencia Artificial para convertirse en escritores (también podríamos sumar una cantidad ingente de ilustraciones trituradas pro este método). Esto me lleva a reavivar cuestiones de la teoría de la literatura que han llevado horas de debates, de reflexiones, de discusiones: ¿qué es la literatura? ¿Qué es crear? ¿Qué esconde el arte de la narración, la poesía, el teatro?
Por supuesto, si los formalistas rusos no tuvieron respuestas contundentes, yo tampoco (esto en realidad es un chiste interno propio).
Como este camino se encuentra lleno de rotondas, señales contradictorias, destinos de lo más variopintos, mi mente se ha planteado otras preguntas: la necesidad de crear algo, de que tu nombre se encuentre junto a una obra literaria a cualquier precio, ¿de dónde surge?
Esto me ha llevado a pensar si envidiamos el poder crear, el elaborar algo artístico con la misma maña que une profesional saltándonos el periodo de hacerlo mal. La literatura (las artes) siempre ha estado asociada con un sector privilegiado de la sociedad. Esto se debe a que no todo el mundo tenía opción a acceder a la educación ―aprender a escribir y a leer―, ni mucho menos a papel o un soporte que hiciese perdurable en el tiempo una obra. Por supuesto, se podían contar relatos de manera oral, pero, después de un tiempo, ¿quién se acuerda? ¿Quién sigue trasmitiendo esa tradición, esas historias?
Así que me atrevo a pensar que esa necesidad de persistir al tiempo, del estatus ―heredado― que supone tener una obra propia acucia a un orgullo banal a empuja a la creencia de que cualquier cosa vale para escribir un libro. Porque, me da la sensación, de que esto es un «cualquiera puede hacerlo» de manual. Sin embargo, por supuestísimo, no todo el mundo puede escribir una obra (narrativa, teatro, poesía) buena.
Esto sí que lo afirmo categóricamente.
Para desterrar mitos, más allá de los supuestos teóricos que tratan de abordar esas cuestiones que yo no me atrevo a definir, se puede decir que una obra, un texto se compone de algo más que el propio negro sobre blanco. La tinta que forma palabras no es todo el contenido. Hay muchísimo más. Aquí me arremango un poco las mangas de mi camisa invisible para meterme en mi papel de doctore en literatura: una obra ―artística en este caso― se construye conuna serie de elementos, más o menos, conscientes:
- El contexto que rodea a le propio autore. Vive en unas circunstancias propias (una vida de apuros o una enfermedad o una vida de privilegios....)
- Los pensamientos, filosofía, moral, inquietudes que mantienen su mente inquieta. Esto enfoca su manera de ver, comprender y desentrañar el mundo.
- Lo que sucede en el mundo. Las noticias pueden colarse de un modo un otro en el texto.
- Los gustos literarios (o de cualquier arte). Todo lo que ves y te llama la atención se queda registrado de un modo y otro en tu memoria.
- Los motivos que te llevan a escribir la historia. Ese algo condiciona el porqué has elegido una cosa y no otra.
- Los recursos literarios que utilizas. El estilo propio que terminas perfilando
- Las citas, referencias que se entretejen en tu texto.
- Y un larguísimo etcétera.
Todo esto, y mucho más, se cuela en un texto porque hay intencionalidad, hay poética, hay dialéctica, hay inspiración, hay alma... Hay duende. Claro, no podía faltar Lorca con unas palabras que son muy acertadas:
«Ángel y musa vienen de fuera; el ángel da luces y la musa da formas.[...] Para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un trópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos, que se apoya en el dolor humano que no tiene consuelo»
Su «Juego y teoría del duende» ahonda en esa inexplicable esencia que posee el arte. Eso que buscamos y exprimimos les literatos. La creación literaria tiene esa fuerza, ese estado casi místico al cual evoca la creación, pues parte de emociones. Esa lucha es lucha porque hay que cultivarla. Puede llegarte la inspiración, pero ese pellizco que nace y que quieres plasmar en un texto es trabajo.
Y es justo esto lo que no puede ser copiado por una IA. Ni esto ni todo el bagaje que se esconde. En esta sociedad se premia la inmediatez, la productividad, los logros meteóricos que nacen de un esfuerzo fugaz adorando de un talento nato. Sin embargo, estos mitos capitalistas no sostienen el arte. La literatura no es (en su mayoría) algo rentable, no es algo que nace de un par de horas, no es algo aséptico, no es algo que se pueda crear sin un ser humano detrás (alguien que le otorgue intencionalidad, contexto, lo ate a una serie de circunstancias vitales que te muevan algo).
El creación literaria se mueve entre normas estrictas, rupturas de estas y un sinfín de posibilidades que hacen que se reescriban constantemente los mismos tópicos bajo una baja extensísima de puntos de vistas.
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