¡Hola,
grumete! Es viernes y se siente una reseña en el ambiente.
El solo allá
arriba de Clara Cortés fue publicado el pasado
septiembre por Elastic Books. Una
vez Miguel Hernández escribió: «Llegó
con tres heridas / la del amor, / la de la muerte, / la de la vida». Estos son
los pilares sobre los que se construye esta novela: la epicidad de la pasión
romántica y el contexto vital que te empuja hacia el abismo. ¿Y los cimientos?
El mito de Orfeo y Eurídice.
En
un pueblo español de la época franquista, vive una familia formada por una
madre, Teresa y Cassandra (una niña encontrada). Ambas comparten una edad
similar y el secreto de unas manos que sueñan con unirse entre los resquicios huecos
de la decencia establecida. A Teresa
le encanta perderse en las fábulas macabras que le cuenta Casandra. Son esos
momentos cómplices en los cuales disfruta de ella. Un día la vida le cose un
futuro a medida de las expectativas sociales y de la terrateniente del lugar:
un matrimonio con su hijo. ¿Qué puede hacer la protagonista para salir de aquí?
¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar por estar con Casandra? ¿Y Casandra por
no perder a Teresa?
El
tema del Eros-Thánatos es de los más viejos de la literatura occidental. Y ver
cómo se reescribe y sigue siendo igual de desgarrador: puede mantener un
imaginario con una nueva manera de comprender el mundo es algo que me fascina.
En realidad, no hemos cambiado tanto como para no reconocerlo y no poder
reescribirlo con una perspectiva diferente. Los miedos continúan naciendo del
mismo sitio y el imaginario católico que devoró al griego sigue tan vigente
como antes. El sol allá arriba es la prueba de cómo reescribirse y cómo
beber de una misma fuente para llenarlo de miedos tan actuales como antiguos;
no obstante han cambiado de perspectiva, se ha movido, se han desplazado. El
contenido se ha matizado, mutado en un lienzo más grande de lo que parecía.
Cortés realiza un trabajo literario
en el cual plantea la reescritura del mito clásico de Orfeo y Eurídice. Desde
este punto de partida, la autora plantea una relación sáfica entre dos chicas
en un espacio donde son perseguidas y enjuiciadas por la sociedad. Este será
uno de los motores para que las amadas se reencuentren.
La
estética del libro, que aúna reescritura y temas, me ha llevado a un pensamiento:
cuando lo putrefacto aparece, cuando buscas al objeto de deseo, cuando el mundo
dejaba ver sus feas costuras de lo impuesto, pienso automáticamente en Lorca y
Dalí (algo inevitable para alguien que ha hecho una tesis sobre unas obras del
pintor). Justo en la época en la cual compartieron los artístico, creaban
juntos, compartiendo miedos: la muerte, lo putrefacto, lo que se encuentra
entremedias, lo amado, lo que te imponen. Por ello intuyo la existencia
de algo entre los bichos y esos momentos más sanguinolentos que grita Cenicitas o La miel es más dulce que la sangre. También «La nadadora». Me gusta como el imaginario
español siempre se ha movido entre lo mitológico, lo católico y la ruptura de
esa estructura asfixiante. Lleva a pensar en ese momento de ebullición vanguardista.
En mi opinión, es Clara Cortés lo
sabe usar muy bien, pues lo conoce la raíz artística y lo usa a su favor.
La
lectura de El sol allá arriba ha sido todo un viaje el cual no quería que
terminara. Me ha sorprendido la sencillez estética y fluida de la narración y
la estructura, cuando existe todo un trabajo meticuloso. Esto último se hace
patente desde la elección de los nombres de las protagonistas hasta las
pinceladas sutiles por las cuales desentrañamos el contexto crispado en el cual
viven Teresa y Casandra. Además, la edición acompaña en todo momento al texto,
tanto por las ilustraciones de Alantaire
como por los recursos literarios y visuales. Es una novela muy cuidada, que
te atrapa y te permite perderte por un mundo con reflexiones certeras sobre la
violencia, en especial la que rodea a las mujeres y a lo queer. Pero sin dejar
de lado algunos de los principales problemas sociales que desgarran la humanidad
y los cuales nos hacen habitar un infierno que nos consume, nos atrapa fingiendo
una suerte de comodidad devoradora.


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