La memoria es caprichosa y en su divertimento temporal decide registrar datos, momentos, pensamientos efímeros que buscan conectarse unos a otros para crear relaciones variopintas, recordarte aquello que necesitabas hace un mes o completar experiencias. De un tiempo a esta parte, se han producido varios debates entorno a la lectura como pasatiempo. Además, desde hace algo más de un mes comencé la relectura de D. Gray-Man. Ambos sucesos han suscitado el despertar de un recuerdo demasiado concreto:
Yo nunca había sido una persona que leía: en el cole trataba de escaquearme con imaginación de las lecturas obligatorias, esas que, con buenas intenciones, traían a les autores para charlar con nosotres. Otras, las tenía que leer sin poder evitar, lo cual terminaba con un sorprendente buen sabor de boca, pero ningunas ganas de volver a repetirlo.
En la década de los dosmiles, incluso al inicio de la década de los años diez de este siglo, el acto de lectura era algo bastante restringido. No porque la gran mayoría de las personas no pudieran leer, sino porque tan solo un tipo muy concreto de obras escritas contaban como lectura. Los mangas, por su puesto, no entraban en dicha categoría. Los cómics en general, tampoco. Pues tenía dibujitos y era infantil.
Una vez más lo infantil se demonifica al tiempo que se glorifica lo adulta. Quizá se echa tanto de menos esa etapa vital que solo nos nace odiarla desde la distancia.
Así que yo no leía. Me perdía en historias llenas de fantasía, de problemas cotidianos, de realidades criticadas por su indolencia contra las injusticias, de la belleza de la amistad, de sueños imposibles que podían hacerse realidad. Yo no leía. Por algún motivo, tan solo los libros llenos de letras poseen la capacidad de ser arte. Claro, si son del canon europeo mejor que mejor, sino, pues seguiremos tirando obras en un rincón oscuro que contiene un despeñadero infinito.
Tenemos que leer, pero lo que nos dicen.
El caso, D. Gray-Man. Ya te he dicho que los he releído, también me he puesto al día con sus actualizaciones. Es una historia ambientada en un mundo un poco alternativo al nuestro y que tiene tintes del siglo XIX. Hay exorcistas liderados por el Papa para librar al mundo de los akuma, liderados por el Conde del Milenio. Esto me pareció interesante y me lo sigue pareciendo ahora. No como muches piensan, porque tienen dibujitos; sino porque es una obra muy bien armada, con personajes carismáticos y nuestro mundo (lo que trata) es un espejo en esa ficción.
La capacidad de una obra literaria (o de cualquier arte) es moverte algo, transmitir una idea, indagar en un temas..., es el valor que se debería tener en cuenta.
Esto es lo que me ha vuelto a despertar esta relectura.
Y ya no es lo la sociedad la que me hacía pensar que no leía, es que yo me lo creía. No importaba que devorase mangas, que despertara mi curiosidad, mis ganas de saber, de conocer más mundo... Eso no contaba como leer, porque era sencillo. Y la dificultad de un acto mide su valía. ¿Necesitamos superarnos constantemente? ¿Necesitamos mostrar al mundo lo inteligentes que somos para validarnos? Tengo la sensación de que es así. Una vez que alguien te tilda de inteligente, parece que eres un ser mágico, bondadoso, ausente de equívoco posible. Lo sé, porque a mí me dejan en ese grupo. Y esas expectativas han hecho que sea un fracaso a sus ojos. Al fin y al cabo, yo no leía.
Unos poquísimos años más tarde sí que comencé a leer novelas. Ojo, siempre novelas, no el resto de géneros literarios. Recuerdo que yo escribía poesía, leía versos sueltos. Lectura. Eso parecía hacer al mundo feliz. Aunque en realidad, nada de eso me importaba. Yo había descubierto un nuevo campo fértil lleno de historias, de impresiones, de personajes, de mundos; eso me hizo muy feliz. Seguí devorando y devorando libros hasta el día de hoy (y espero que más allá de esta fecha).
Sin embargo, ¿sabes lo curioso? Que hubo un trasvase: poco a poco dejé de leer manga. Pasé de disfrutar a olvidar su existencia. No me malinterpretes, no fue literal, pero sí que dejo de ser una opción. Pese a que no fue algo consciente y premeditado. Los sesgos parece que siempre están ahí guardaditos para guiar tu paso sin que te des cuenta.
Yo no leía, pero sí lo hacía.
Esta experiencia está encapsulada por el tiempo, porque hoy en día el manga es sencillo de encontrar, y es algo mucho más habitual. No va de esto en concreto. Tan solo es una experiencia que ha venido a flote, con la relectura de una obra que fue importante y abandoné. Si te gusta leer, hazlo, no importa el soporte.
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